Cristino
de Vera, nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1931, es un místico que hace de la
pintura su medio para la sublimación del espíritu, unas veces a través de los
objetos de uso cotidiano, -según el aserto teresiano-, como tazas y cestos,
pero también de otros de significado más trascendente, como calaveras,
crucifijos y velas.
Es
por ello que Cristino de Vera dice, en una sintética definición onomasiológica
de su pintura: "yo creo que sí hay simbolismo, realismo y espiritualismo
en mi obra. Todo ello pretendo yo transfigurarlo a un poder de esencia en la
forma, en la transfiguración de la luz".
Es
esta luz transfigurada, luz espiritual, luz blanca o solamente luz, con que
identifica, de forma reiterativa en las titulaciones de sus cuadros, el
contenido de gran parte de sus obras. Luz que no proyecta sombras; luz misteriosa
entrañada en los objetos representados, que en su conjunción convierten al cuadro
en un elemento que aproxima el espíritu a la trascendencia.
Quizás
sea esta la razón de que su obra haya despertado interés por parte de artistas,
críticos, historiadores, poetas y coleccionistas, que perciben una gran carga
mistagógica en las creaciones de Cristino Vera, quién manda con ellas un filodóxico
mensaje de contenido casi apodíctico. No sin razón el escritor y crítico de
arte, Manuel Sánchez Camargo, escribió en 1957, que "en su pintura existe
ese aliento que presta a la obra de arte quien posee la capacidad del
milagro".
En
1996 el crítico de arte Miguel Fernández Gil valoró la pintura de Vera como "Una
de las obras más secretas y misteriosas del arte español de las últimas
décadas". Posiblemente porque su aparente simplicidad y ese aura mística que
desprenden sus objetos y que parece entroncar con una fuerte corriente que
arranca de la tradición de Zurbarán y, como Francisco Calvo Serraller dijo
"su pintura nos hace evocar los bodegones de sección áurea de Sánchez
Cotán".
La
pintura de Cristino Vera es icástica en su forma y epigramática en su mensaje,
realizada con una particular técnica
puntillista, desarrollando el divisionismo con unos colores grises y lenes, que
dan a las imágenes un aspecto delusorio, fundamental para el logro de su
propósito mistérico y que van acompañadas de unos ecos clasicistas, como hemos
dicho.
Sin
embargo, es reseñable que no se haya considerado, ni tan siquiera advertido nunca,
como un lenguaje incompatible con las post-vanguardias artísticas de los años
de su consolidación artística, consideración sin duda basada en la sencillez
formal de su pintura, de la que emana una trascendencia que se percibió y se
percibe, como verdadera, auténtica y genuina, con un valor permanente que
emociona, hecho que fue percibido por el poeta José Hierro, allá por 1966, cuando
comentando la obra de Vera dijo:
"Este artista canario, como Machado, sólo recuerda la emoción de las cosas
y se le olvida todo lo demás".
Desde
mediados de la década de los sesenta y hasta la de los ochenta, Cristino de
Vera se convierte en símbolo de la cultura insular canaria, reconocimiento que
no va a parar de incrementarse hasta la actualidad.
Quizás
esa necesidad de trascendencia, que Cristino Vera vierte en su pintura,
responda al sometimiento de su espíritu a unos miedos atávicos conscientemente
irremediables, que expresó sufrir cuando en el año 2000, a una pregunta de Juan
Cruz, el artista respondía: "Sí, tengo miedo a todo, al tiempo, a la
muerte, a la enfermedad, los hermanos mayores se han ido. Tengo miedo a la
oscuridad". Por eso busca la luz y la encuentra en su obra creativa.
Cristino
Vera ha recibido el Premio Nacional de Artes Plásticas y la Medalla de Oro a
las Bellas Artes y otros altos galardones en reconocimiento a su pintura y su
obra está presente en los museos y colecciones más importantes de España y de
otros países.
BENITO
DE DIEGO GONZALEZ
Miembro
de las Asociaciones Internacional,
Española
y Madrileña de Críticos de Arte.
15/04/2019
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