En los cuadros de la pintora Leo Wellmar,
(Estocolmo, 1965), destaca como elemento diacrítico la ausencia de vibración en
sus imágenes, pero, sin embargo, no están exentos de la energía que dimana de
su plenitud plástica.
En efecto, están todos ellos
invadidos de la serenidad que deriva de la planitud y la homogeneidad, de los
tonos fríos y grises de la intencionadamente reducida escala cromática, que
acola con la percepción que se tiene de la coloración de los parajes nórdicos,
en donde la luz es difusa y fría, que produce tenues sombras, cuando, dado el
caso, estas existen.
Nada se mueve en ellos, son como
instantáneas que se prolongan en la eternidad. En ellas, los árboles son masas inertes
de colores grises, con lo que la artista consigue acabadas y muy cuidadas composiciones, de
enorme plasticidad, en los que los árboles y plantas reflejados en la quietud
del agua, se reproducen en idénticas imágenes especulares.
La obra que Leo Wellmar presenta
en esta exposición, está vinculada a una personal diégesis emocional y
conceptual. Un proceso que tiene por finalidad la captación de la realidad
desde la emoción, en un intento de, bajo la percepción subjetiva de los
paisajes, plasmar en la mímesis pictórica el arquetipo de su idea, es decir, la
representación de su paisaje, como concepto plástico con valor universal.
La pintura de Leo Wellmar apela
directamente al espíritu que se mueve por las emociones, puesto que de su
espíritu y de su subjetividad emana, toda vez que en sus composiciones la
artista omite o acentúa los detalles que no le son válidos en su proceso
heurístico y consigue plasmar y transmitir el verdadero significado de la
realidad observada y trasladada al lienzo.
Porque para la artista lo
importante no es la descripción mimética de la realidad en todas sus
particularidades, “sino la representación de lo “esencial”, teniendo a la
realidad concreta aceptada como punto de partida”, según señala Kerstin
Streemmel, en su ensayo sobre el realismo en la pintura. Y esto lo consigue
esta artista que define a los frutos de su trabajo como “paisajes imaginarios e
ilocalizables”.
Su obra, como se ha dicho, “es,
en definitiva, el argumento perfecto para profundizar en el campo conceptual de
los estados lumínicos. Variaciones conceptuales, imaginarias, de paisajes
inalcanzables, que se precipitan en figuraciones formales reconocibles”, como muestran
todos y cada uno de los cuadros de esta colección.
Los valores artísticos de los
cuadros de Leo Wellmar están muy acordes con los de esta postmodernidad, pero
están fuertemente arraigados en el espíritu del romanticismo y sus principios,
entre los que destacan la exaltación del individualismo, que tiene como
corolario el subjetivismo; el amor a la naturaleza y el predominio de las
emociones sobre la razón. Por todo ello bien pueden adjetivarse a sus obras
como románticas, lo que las aproximan al gran público, que da a la palabra romanticismo
una acepción que la identifica con la poesía y la emotividad.
BENITO DE DIEGO GONZALEZ
Miembro de las Asociaciones
Internacional,
Española y Madrileña de Críticos
de Arte.
19/05/2019
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