Juan
Luque, (Montilla, 1964), artista andaluz y cordobés, de donde el vino se hace
luz y cante, en esta su cuarta exposición en Ansorena, bajo el explicativo título
de “Antes de que el viento lo arrase todo”, presenta una colección de obras, en las que
el frio y brumoso viento se enseñorea del ánima, invadida por el incierto manto
de la melancolía que emana de lo inevitable.
Se
da la paradoja de que, proviniendo el artista de tierras luminosas y calientes,
su pintura sea la expresión exegética del frío. Paradoja que reposa en lo hondo
de la psicología y la idiosincrasia de Juan Luque.
Porque,
en efecto, sus cuadros de faros y refugios costeros y, aún, sus carpas de circo
son el epítome de un medio en el que reinan el aire y el viento gélidos, sin un
ápice de rayo de Sol que le preste una brizna del calor que de su luz dimana. Así
lo muestra en esta colección, que recoge obras basadas en la arquitectura, el
misterio y el simbolismo.
Los
cuadros de Juan Luque son la expresión de una poética de la soledad que recoge
y golpea el alma. Todo es umbría y bruma. Y viento frío. Y soledad, aunque estén
habitadas la carpa o la apartada casa abandonada.
Y
es que soledad y frío son, casi siempre, sinónimos, pero en la pintura de Juan
Luque se hermanan con la rotundidad de dos gemelos unidos, abrazados por las
quedejas de bruma: Se hacen inseparables, sin que logremos discernir cuál de los
dos más nos interpela, lo que el artista consigue con el magistral empleo de
gamas de colores grises y fríos que emergen de un juego de veladuras y
raspados, sobre lino en tabla o en tabla directamente, trabajando con óleo,
pero también con resinas y otros materiales, que va aplicando y retirando; todo
ello deja un poso germinal, que es , más que visto, intuido por el espectador,
que queda atrapado.
La
obra de este pintor se desarrolla por los caminos de la figuración realista,
muy alejada del realismo mimético y tiene su origen, según palabras del propio
autor, en “una mirada interior” de la que procede el posterior “flujo entre mi
yo y los colores y las texturas”, que finalmente se materializa en una pintura
muy matizada y de belleza incuestionable que nos llena de sugerencias y emociones.
Nos abren camino hacia nuestro interior.
El
lenguaje pictórico de Juan Luque puede encontrar parangones, pero su grande y distinguible personalidad y
el recurso técnico de los raspados y las veladuras, que Luque emplea de forma
magistral, diferencian intelectual y
plásticamente sus obras dotadas de una personalidad diferenciada y muy potente.,
que las hace absolutamente reconocibles.
BENITO
DE DIEGO GONZÁLEZ
Miembro
de la Asociación Española
y
de la Madrileña de Críticos de Arte
03/12/2019
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