lunes, 20 de abril de 2020

215.02* RODIN - GIACOMETTI . DIALOGO . FUNDACION MAPFRE. Recoletos, 23. Madrid























Las obras elegidas para esta exposición, y el propio formato de la misma, están concebidos para que se produzca un diálogo conceptual y visual entre ambas obras y, de esta forma, descubrir los vínculos, que presentan Auguste Rodin (París, 1840 – Meudon, 1917), y el suizo Alberto Giacometti, (Borgonovo, 1901 – Coira, 1966) y sus respectivas producciones, con las lógicas divergencias, que provienen de sus fuertes personalidades y de los cambios conceptuales, que comporta el medio siglo que los aparta al uno del otro.



No obstante estar separados por ese medio siglo, autores y obras muestran significativos paralelismos, cuyo nexo esencial radica en su concepción de la escultura, como expresión directa de emociones.

Sin llegar a la radicalidad absoluta, que supone la catábasis formal hasta lo abstracto, los procesos creativos de Rodin y de Giacometti responden a la común aplicación de una  economía de la forma, en una acción continuada de supresión de las mismas, tal y como más tarde enunciara Hans Hoffmann al decir que  “el talento de simplificar significa eliminar lo innecesario para que así pueda hablar lo necesario”.

Todo lo cual implica inevitablemente una representación deformada de la realidad contemplada, en búsqueda de una realidad oculta que ambos se esfuerzan por aflorar y materializar en sus esculturas.

Es aceptado que Rodin dio paso a la modernidad, por su capacidad para captar, mediante  la expresión y el gesto, las sensaciones, los sentimientos y las pasiones del humano. Por su parte Giacometti, en sus figuras frágiles y alargadas, despojadas de todo lo accesorio, plasma la total complejidad del devenir vital del ser humano.

Es el mismo Giacometti quién, tras su experimentación cubista y su paso por el surrealismo, en su búsqueda de lo que él llama ”figuras y cabezas vistas en perspectiva”, va estilizando sus esculturas en un proceso depurativo, en el que el personal trabajo de la materia y el modelado se convierten en signo identificativo de su arte.

Aspecto este que, de igual forma, fue sustancial para Rodin, mostrando un novedoso modelado táctil, enérgico, exuberante e, incluso, agresivo, que, paradójicamente, es el que confiere a sus obras la capacidad de expresar la fragilidad del humano, constituyendo esta tactilidad y expresividad unos de los comunes signos diacríticos identificativos de ambos creadores.

La exposición se inicia con el grupo escultórico de Rodin, “Monument des Bourgeois de Calais”, que el escultor planteó con seis figuras independientes, para  después ensamblarlas, pero manteniendo la identidad de cada personaje, sin perder la visión holística de la obra, con lo que rompió con la tradición, por lo fue inicialmente rechazada  por la municipalidad de Calais, que había encargado la obra, la cual posteriormente ha devenido icónica del hacer del artista.

Giacometti, buen conocedor de esta obra y de sus significantes formales, plantea sus esculturas grupales, -sus “Plazas”-, aplicando los conceptos enunciados por Rodin. Estos grupos hablan del interés del artista suizo por desvelar la paradoja de la soledad del individuo inmerso en la multitud.

Una de las más importantes contribuciones de Rodin a la escultura moderna, es la recuperación de trozos de esculturas separadas por accidente o fallo, para volverlos a incorporar al proceso creativo hasta colmatar una nueva obra final, otorgándoles un significado distinto al de la obra a la que pertenecieron. También Giacometti, en obras como “Tête d`homme” y “Tête de Diego” y otras, confirman esta actitud del artista hacia el empleo de piezas desechadas, convencido de que los objetos fragmentados pueden cobrar una nueva vida y una belleza de la que carecerían si estuvieran en la obra de la que proceden.

Digamos, cerrando estas breves consideraciones sobre la exposición, que las versiones de “El hombre que camina”, realizadas por ambos artistas se encuentran entre las piezas más conocidas y paradigmáticas de la escultura universal, -de las que en la muestra hay una de cada autor-, que evidencian cuánto Giacometti se inspiró en Rodín, para trabajar sobre este motivo.

De otra parte son varias las publicaciones sobre el maestro francés, en las que Giacometti copia en alguna de sus páginas “L’homme qui marche”, junto a la reproducción de una obra de Rodin, como si estuviera reflexionando sobre ello, para finalmente terminar plasmando la idea, así concebida, en su propio trabajo.

Digamos para concluir que, comparado con el de Rodin, “El hombre que camina” de Giacometti parece frágil y agotado, al tiempo que el del maestro francés, muestra con gran expresividad el sentimiento de la fragilidad humana, constituyendo el testimonio más fidedigno de las coincidencias conceptuales y divergencias formales, que ambos artistas y sus respectivas estatuarias han dejado como legado y prueba de su genio creador.








BENITO DE DIEGO GONZÁLEZ
Miembro de las Asociaciones Internacional,
Española y Madrileña de Críticos de Arte
15/02/2020

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