Carlos Morago (Madrid, 1954) entiende la pintura como
una interpretación emotiva de lo que está visible ante su caballete. Cada
exposición se convierte en un muestrario de su amplio abanico iconográfico;
todos temas universales que, con su pincelada, los hace propios
Los trazos, que va dejando su
obra, son indelebles y reconocibles, pues Carlos Morago sigue, desde su origen,
una pauta, una regla, su paradigma, convencido de aquello que quiere comunicar
y de cómo lo quiere comunicar.
Sus cuadros están compuestos con
rigor arquitectónico. Sus perspectivas son exactas, sus líneas rectas y fugas insistentes
y, en cierto aspecto, abrumadoras, cuando representa, en impresionantes
composiciones, interiores, sean habitaciones, pasillos, pasadizos o tránsitos,
en los que al final siempre está la luz, que alivia el ánimo, como en esos jardines
y patios donde la mano del hombre ha ordenado el espacio, presentándolos de fuera
hacia adentro, vistos a través de vanos que dejan las puertas entreabiertas y convirtiendo
en protagonistas a las flores, rosas, buganvillas o lirios, representadas a
modo de retratos.
La técnica del pintor,
(habitualmente óleo sobre tabla), es delicada, minuciosa, que concede a los cuadros
una apariencia elegante y sensitiva, que entronca con la de nuestros mejores
intérpretes del realismo español moderno: Antonio López, Amalia Avia, Francisco
López, Isabel Quintanilla, Lapayese, …
Las imágenes pintadas de Carlos Morago transmiten el
mundo de su autor, pero a la vez el espectador se siente identificado con el
ámbito doméstico donde se desarrollan. Son escenas delicadas, llenas de una
serena belleza.
Aedo del silencio, bardo de la
soledad, aravico de las ausencias y de la melancolía, fortalecida por unos
colores fríos, con predominio del blanco de sus infinitas tonalidades, en su
juego con el negro, el azul y el verde. Este es nuestro artista.
BENITO DE DIEGO GONZALEZ
Miembro de la Asociación Española
y de la Madrileña de Críticos de
Arte
12/01/2020
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